Guido d’Arezzo es uno de esos personajes históricos que no tienen la fama y el reconocimiento que merecieran. No compuso una gran ópera como Wagner, tampoco 9 sinfonías como las de Beethoven, o un réquiem legendario como el de Mozart. Lo único que hizo nuestro personaje poco célebre fue sentar la base del sistema de notación musical y el nombre de las notas que utilizaron Mozart, Beethoven y Wagner para componer sus históricas y monumentales obras. Esa es su contribución a la historia de la música, nada más.
Guido Monaco fue un monje benedictino que vivió en la ciudad de Arezzo, en la Toscana italiana. Se conoce poco de su vida fuera del ámbito musical, se tiene insegura su fecha de nacimiento que se cree que fue entre los años 991 o 992 y que murió después de 1033.
Lo que si se sabe es que a Guido se le deben dos aportaciones al arte musical, su tratado Micrologus, escrito aproximadamente en el 1026, en donde aborda las prácticas del canto y la composición del canto gregoriano. Pero la aportación más importante es la invención de la actual notación musical conocida como convención en la cultura musical, es decir, lo que vemos en una partitura con pentagramas y notas musicales.
Además, tuvo la práctica idea de darle nombre a las notas musicales, justo para facilitar el estudio, comprensión y memorización de los cantos eclesiales de la edad media. Guido d’Arezzo desarrolló toda una aportación tecnológica en términos de herramientas para el estudio de los cantores de la edad media, ya que tenían que memorizar de oído los himnos cantados. Solo los maestros corales tenían como referencia la escritura neumática y no todas las iglesias interpretaban de la misma manera los diversos cantos.
El monje Guido identificó la necesidad de estandarizar un método de estudio y como ya mencionamos, observó que en particular, el himno de San Juan Bautista, cuyo texto fue compuesto por Pablo el Diácono, otro monje benedictino del siglo VIII. En la versión musicalizada de dicho himno, se observa que la primera sílaba de cada verso iba subiendo de altura un tono cada vez, por lo que Guido nombró a cada nota justo como la mencionadas primeras sílabas.
Entonces tenemos el texto en latín del Himno de San Juan Bautista:
Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes
Traducción al español:
Para que puedan exaltar a pleno pulmón las maravillas estos siervos tuyos, perdona la falta de nuestros labios impuros, San Juan.
Observamos que las primeras sílabas de los primeros 6 versos son: Ut, Re, Mi, Fa, Sol y La, mientras que el último verso la primera sílaba es Sa, Guido lo notó como poco práctico para memorizar y solfear, por lo que decidió en su lugar, formar con las primeras letras de Sancte Ioannes, la sílaba SI, y así quedar el nombre de la última nota de la escala musical.
Ahora, hablando de la primera nota, Ut. Sucede que muchos años después, en el siglo XVII, un musicólogo italiano de nombre Giovanni Battista Doni (si, otro Juan Bautista) sugirió que como Ut era una sílaba poco práctica de pronunciar, se cambiara por la primera sílaba del nombre de Dios en latín, Dominus, base y principio de todas las cosas. Sin embargo, dicha convención da lugar a la especulación dada la coincidencia de que también Do es la primera sílaba del apellido de Doni. En francés se sigue utilizando el Ut en la actualidad.
A continuación, un video del himno de San Juan, también conocido como Ut queant laxis, en donde observamos como cada verso comienza un tono inmediato superior al anterior, claro está, comenzando desde el Do:
Es muy interesante hacer el ejercicio imaginario de trasladarnos a la edad media y entender la necesidad de facilitar el estudio de la música en ese entonces. Para ello, se recomienda el ver el siguiente capítulo de la serie Big Bangs del compositor inglés Howard Goodall, en el se cuenta la historia de la notación musical y nos habla con más detalle, sobre la importancia de la figura de este campeón de la historia de la música como lo fue Guido Monaco, de Arezzo, en la Toscana italiana.