La obra de la semana: Huapango, de José Pablo Moncayo

Durante los recientes actos conmemorativos de la independencia de México, el “presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano” se refirió a ella como el “Huapango de Montoya”, lo cual pudo haber sido un error del autocorrector, pero revela una problemática más profunda: a pesar de que todos los que vivimos en México hemos escuchado la obra, no existe la difusión del autor, al grado de que quien realizó la publicación no se dio cuenta de dicho error, o no le dio importancia.

A lo largo del gobierno de Porfirio Díaz, los modelos musicales y artísticos dominantes en México fueron los franceses, italianos y alemanes. La música de salón y de concierto se estableció entre la élite, de manera comparable a lo que hicieron las pinturas de Hermenegildo Bustos o José María Velasco y José Guadalupe Posada. Independientemente de la calidad técnica de las obras, la problemática es ideológica.

Durante la época post-revolucionaria, la intención era la de dotar al país de una identidad separada de la europea. Por eso el hecho de que justamente en el Palacio de Bellas Artes existan murales de Rivera, Orozco y Siqueiros es relevante, ya que a fin de cuentas, la esencia del pensamiento revolucionario es el rompimiento con el pasado.

Manuel M. Ponce buscó construir esa identidad integrando a la música folclórica y llevándola al ámbito artístico y de concierto, utilizando sin embargo, técnicas armónicas y compositivas de orígen europeo.

En 1921, cuando Carlos Chávez entró en la vida pública, la estrategia de Ponce debe haber parecido arcaica y muy probablemente inadecuada. Era necesario algo más radical por lo que la idea fue la de utilizar el pasado folclórico pero con herramientas de forma, alturas y ritmos más modernas y “extrañas”, que permitieran desarrollar una escuela mexicana de composición musical.

En las artes visuales la “otredad” fue tomada del méxico Prehispánico y su iconografía y estilos de composición que rompían con la perspectiva heredada de Brunelleschi. En la música, debido a que, a diferencia de la música griega que tuvo un sistema de notación, no existe música prehispánica sino sólo algunos instrumentos votivos realizados en piedra y algunas flautas, se tomó como modelo e inspiración a compositores como Bártok y Stravinsky.

Moncayo, tuvo entre sus maestros a Candelario Huízar y al propio Carlos Chávez. Fue percusionista en la Orquesta Sinfónica Nacional y miembro del “Grupo de los cuatro” junto con Blas Galindo, Salvador Contreras y Daniel Ayala.

La obra “Huapango” toma como material a tres sones jarochos: el balajú, el siquisirí y el gavilancito. La propuesta de esta semana es entonces escuchar no una, sino cuatro piezas: los tres sones y “Huapango”, pero desde una perspectiva que es a la vez conciliadora con el pasado y con visión al futuro, porque la aportación de un país al mundo no son sus políticos, sino su arte que a la vez se nutre de su gente y de su historia.

El balajú
El siquisirí
El gavilancito
Huapango
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