Hay compositores cuya obra es un testamento tan importante y relevante, que su estudio representa tanto una “obligación” como una garantía de aprendizajes múltiples tanto para el estudiante de música como para el melómano. Por eso al pensar en cuál sonata de piano recomendar, finalmente uno podría decir que cualquiera y por eso comenzaremos por escuchar la primera.
Aunque es la primera en numeración en la clasificación de los Opus, fue compuesta después de las clasificadas como 19 (Op. 49 no. 1 en sol menor) y 20 (Op. 49 no. 2 en sol mayor).
Las sonatas para piano de Beethoven en general, capturan su desarrollo compositivo y la evolución a lo largo de su vida. De ahí que sea prácticamente asignatura obligada el escucharlas todas. Podemos observar su desarrollo partiendo desde sur raíces en la tradición clásica hasta su máxima expresión en su edad madura.
En su música para piano, Beethoven conceptualizó sus ideas musicales esenciales y probó innovaciones compositivas. Sus sonatas capturan sus puntos de vista en lo que respecta a la expresión musical. En su música escuchamos un continuo flujo de ideas y la yuxtaposición de momentos en ocasiones prácticamente cómicos, con otros profundamente expresivos y a veces con música trágicamente dolorosa. Beethoven fue un hombre revolucionario, viviendo en una época revolucionaria, y que estaba completamente convencido de que la música era parte de esa revolución.
Resulta interesante pensar que en la época de Beethoven el piano era pequeño, portátil, con un arpa de madera, de cinco octavas y que algunos consideraban como no más que un juguete. Nosotros al pensar en el piano, pensamos en un instrumento grande, pesado, con un arpa de metal.
De cierta forma, los cambios constantes en la tecnología del piano a lo largo de su vida, afectaron la manera en la que Beethoven pensó acerca del instrumento y por consiguiente, cómo lo abordó compositivamente.
Beethoven estaba consciente de las limitaciones de los pianos que tuvo y tocó, incluyendo la limitación en su registro, rango dinámico, la habilidad para sostener el sonido, y la fragilidad del instrumento en sí. Tomemos en cuenta que tanto Mozart como Beethoven comenzaron su relación con el teclado utilizando el clavecín, ya que el piano no lo sustituyó sino hasta principios del siglo XIX.
La brillantez e inmensa creatividad de la música para piano de Beethoven tiene aún más mérito cuando pensamos que la música escrita para los primeros pianos era muy parecida a la música escrita para el clavecin: se potenciaba la brillantez pero no se buscaban grandes sonidos, ataques fuertes o notas tenidas por mucho tiempo. La música de Clementi es un ejemplo de esto. Con Beethoven se observa una mayor demanda de percusividad, contrastes expresivos y sonoridad al instrumento, que fueron características que nadie antes que él había imaginado. Muy probablemente esta imaginación y estas demandas al instrumento motivaron algunas búsquedas en el desarrollo de la construcción del mismo.
También es interesante que ninguna de las obras que conocemos de Beethoven fue escrita andes de los veintiún años. Sin embargo, a esa edad llevaba ya una década trabajando como profesional. Desde los diecinueve años Beethoven había contribuído al sostén de su familia, que tenía severos problemas financieros debido al alcoholismo de su padre, de quien sabemos fue un tenor y maestro en la corte del Arzobispo de Colonia en Bonn y que, según testimonio de los vecinos obligaba al niño de cuatro años a estudiar el clavicordio y el violín a veces durante toda la noche. Era común que lo golpeara o lo encerrara en la alacena en castigo por sus “desobediencias” que consistían en ponerse a improvisar en el instrumento. Los mismos testimonios dicen que en varias ocasiones Beethoven lloró frente al teclado. Así que su conexión con él data de su más tierna infancia.
Beethoven estuvo profundamente marcado por un conflicto interno y por la decisión de trascender la adversidad, “tomar por la garganta al destino” o estrangularlo, como son sus palabras refiriéndose a su Quinta sinfonía.
La Sonata Op. 2 no. 1 fue compuesta en 1795 y está dedicada a Joseph Haydn, aunque es un homenaje a Mozart, transportado a un nuevo mundo, más violento y emocional. El tema inicial nos recuerda el tema principal del final de la sinfonía en sol menor de Mozart. Sin embargo, es un tema original ya que para esta sonata, Beethoven utilizó un tema que había escrito hace muchos años para un cuarteto para piano cuando era todavía un niño, aún antes de que mozart hubiera compuesto su sinfonía, pero Beethoven hizo que su tema sonara más como el final de la sinfonía de Mozart cuando lo usó en esta sonata, sonata que marca el punto de partida de la transformación de la tradición musical que Beethoven heredó. Transformación que estará acompañada por el piano, instrumento con el que llegó a generar un lenguaje expresivo que la técnica del instrumento iría asimilando lentamente a lo largo del siglo siguiente. No bastaba con decidir que una obra empezara con una sucesión de acordes o que una determinada melodía tuviera un acompañamiento en arpegios: se trataba de determinar la extensión de esos arpegios, su posible distribución entre las dos manos, la eventual presencia de notas dobles, así como la amplitud de cada acorde y los intervalos de que se compone. Todos estos aspectos ligados a las posibilidades del instrumento y del instrumentista, aprovechando al inicio las bases formales heredadas de Haydn.
Te dejo también con la interpretación de Daniel Baremboim.
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¡Hasta la próxima!