“El arte verdaderamente nuevo tiende a ser decepcionante. Sobre todo para el público que cree saber cómo debería de ser el arte. El arte nuevo destruye al público: lo hace entrar en crisis por el simple hecho de que no podía haber público para un arte que antes no existía. Con la aparición de un arte desconocido, el público consagrado desaparece. El artista es el primero en transformarse y, con él, el público deja de ser una masa de acuerdo entre sí y se convierte en individuos en desacuerdo ante una nueva realidad artística.”
Gabriel Orozco. Un problema de tiempo. 2001
Este texto, a pesar de haber sido escrito teniendo en mente al arte contemporáneo, parece ser igualmente válido para describir lo que ha sucedido con el arte prehispánico. Es relativamente reciente su aceptación como forma artística, y hay recordar que inclusive el concepto del arte como fin en si mismo es ajeno a las culturas prehispánicas. Lo que es un hecho es que estamos ante una nueva realidad artística cuyo estudio, si bien sigue estrechamente ligado a lo antropológico, ha aportado un sinfín de elementos a los creadores modernos. Constituye una otredad y con ello una fuente de modelos diferentes a los modelos clásicos europeos. Ayuda a poner en tela de juicio los conceptos de cómo debería de ser el arte y nos dota de una iconografía y un repertorio plástico a partir de los cuales hemos construido y seguimos sustentando nuestra identidad.
Resulta interesante el hecho de que aunque tienen un tronco común y existió un intercambio cultural y comercial entre ellas, existen en las culturas mesoamericanas estilos diferenciables que, si bien no nos hablan de artistas individuales, nos muestran algunos rasgos divergentes.
Vamos a tratar a dos de las más importantes: los olmecas, que constituyen prácticamente una “cultura madre” o un modelo a partir del cual se originaron otras maneras de hacer y de vivir, y los mayas, que aunque guardan un cierto parentesco inicial con los primeros, desarrollaron una cultura diferente y rica en manifestaciones que hoy reconocemos como artísticas y ha sido una de las más estudiadas de mesoamérica.
Comenzando con los olmecas, nos situamos entre los años 1200 a 600 a.C. aproximadamente, al sur de Veracruz y norte de Tabasco, en asentamientos construidos a partir de montículos artificiales hechos de tierra compactada o de adobes. En ciudades importantes como San Lorenzo y La venta entre otras, se gestaron los modelos que van a sustentar a pueblos posteriores: el cultivo del maíz, la observación de los astros (conclusión a la que se llega debido a la orientación deliberada de sus ciudades, que prefiguran los principios de composición general de las urbes mesoamericanas), el sacrificio humano, monumentos conmemorativos fechados, uso de piedras verdes como sagradas, etc.
Un dato fascinante, es el hecho de que en una zona en la que no abundaban los materiales pétreos y en una época tecnológicamente incipiente, haya surgido la primera gran tradición escultórica, de la cual no conocemos las fases formativas.
Irrumpen como un todo plenamente elaborado cabezas colosales de 2 o 3 metros de altura y varias toneladas de peso, labradas con piedras y pulidas con arena, de rasgos negroides, en las que se ve un respeto por la forma de la piedra trabajada. Es precisamente en la configuración facial donde podemos sentar bases para reconocer a lo olmeca. El dominio ejercido por el jaguar en la mitología dio origen a una peculiar combinación de rasgos humanos y felinos en las esculturas menores y en la cerámica: rostro más ancho en la parte inferior, frente cortada, cejas en ocasiones flamantes ojos almendrados, casi orientales, nariz aplastada y una boca con las comisuras exageradas y con labios algo deformados. No nos han llegado ejemplos de pintura, pero sí una pirámide trunca que va a ser la estructura característica de la América prehispánica.
En lo que respecta a los mayas, pensar en ciudades como Tikal, Bonampak, Palenque, Chichen Itza, Copan y Mayapan es pensar en una cultura que subsistió durante muchos años (desde el XVIII a.C., hasta el XVI d.C., aprox.) y que abarcó una superficie de más de 400,000 km abarcando desde la región sur de México hasta Honduras aproximadamente.
Este imperio opuso bastante resistencia ante la conquista y la evangelización y ha sido responsable de nutrir imágenes mágicas del México antiguo. El que hayan desarrollado una escritura, sistemas de riego, comercio (basado en el trueque), matemáticas (el uso del cero), astronomía, filosofía, que tuvieran dos calendarios (solar y lunar) con una exactitud sorprendente, nos hacen considerarlos como una cultura avanzada y enigmática. Erigieron estelas para conmemorar tránsitos de tiempo en ciudades que más tarde y misteriosamente fueron abandonadas. Crearon el llamado arco maya y las bóvedas correspondientes.
La altura de sus edificios era proporcional a la importancia que tenían, razón por la cual las pirámides o templos son los más altos. Esto puede darnos una idea de su cosmovisión y su sentido religioso.
Adornaban profusamente sus edificios con grecas, esculturas en relieves técnicamente muy logradas y pinturas al fresco con una tendencia dibujística sin uso de perspectiva. Recibieron influencias de los teotihuacanos y toltecas.
Las personas representadas son robustas sin exceso. Sin embargo, es en las caras donde se observa un gusto característico y que permite diferenciarlos de otras culturas. Los personajes representados aparecen de perfil con un cráneo deformado por técnicas rituales y una larga nariz que sale directamente de la frente. Las escasas estatuas de cabezas muestran una cara alargada con pómulos altos y una expresión llena de dignidad.
Volviendo a la cita inicial, hay que reconocer que lo prehispánico está generando su propio público, tiene sus propios cánones ante los cuales ha reaccionado occidente de varias maneras que van desde el rechazo absoluto hasta una fascinación intensa.
En la actualidad, tenemos la enorme ventaja de poder considerar arte casi cualquier cosa y valorar los objetos por criterios ajenos a la religión o a una tradición que nos diga de forma impositiva cómo debe de ser lo bello, o si es necesario que el arte lo sea.
Si bien es cierto que el arte nos es dado con ese calificativo por otras personas, que son quienes deciden qué y dónde se exhiben las obras (lo prehispánico sigue en el ámbito de los museos y no en el de las galerías), nuestra exploración y la manera como reaccionamos ante ellas es un fenómeno individual. Ya no somos masa y esa falta de consenso que ha generado multitud de crisis y conflictos es la misma que nos permite tener una reacción, un juicio y una apreciación del fenómeno estético a partir de nuestra historia y formación personales. Seguimos siendo la medida de todas las cosas.
En definitiva definir lo que es arte es complejo, pero sin duda estas culturas han podido trascender e impactar en nuestros días.Tener el privilegio de verlas, de recordarlas y de adentrarme más mediante el artículo fue maravilloso. Gracias!