Hace más de 30 años que comencé a dar clases de música. De esos, 21 los he pasado en Querétaro, ciudad que ha estado llena de retos pero también de oportunidades.
Una de esas oportunidades fue la de trabajar con alumnos de manera particular, ayudándolos a preparar sus exámenes de admisión en diferentes instituciones nacionales y del extranjero, debido a que las instituciones locales de enseñanza superior enfocadas a la música no ofrecen una alternativa satisfactoria para muchos. Sobre todo, es muy difícil encontrar un lugar dónde empezar “desde cero”, ya que todas las escuelas piden en sus exámenes tener experiencia previa, e inclusive un número de años de estudio musical comprobables.
Cada alumno representaba un proyecto distinto debido a las diferencias formativas y los requerimientos particulares del examen que iban a presentar.
Las circunstancias eran siempre similares: un temario a abordar y una ventana temporal que oscilaba entre los 3 meses y un año. En ese tiempo era necesario trabajar y lograr un nivel competitivo en materias teóricas y entrenamiento auditivo, trabajando una o dos horas a la semana, debido a las restricciones económicas y de tiempo de los alumnos, que muchas veces tenían que combinar sus estudios con algún trabajo, además de las clases. En ocasiones fue necesario abordar los contenidos de 2 o 3 años de un programa académico, en solo 6 meses, teniendo únicamente una sesión a la semana, o sesiones quincenales.
Estas circunstancias me forzaron a no reproducir las clases que yo tomé, ni las estrategias de enseñanza de mis maestros. Lo cual a la larga ha sido una de las herramientas más importantes, y que mejores resultados ha producido. Tuve además la ventaja añadida de que mi formación más importante fue en clases particulares individuales, trabajando la música como un oficio, de manera similar a como trabaja un carpintero o un zapatero
Fue indispensable analizar los contenidos, buscando los principios esenciales de cada cosa y empezar el estudio desde ahí, abarcando primero lo general, y luego particularidades. Obviamente también fue indispensable una relación distinta con los alumnos, quienes tenían la tarea de llenar huecos, abordar datos y desarrollar habilidades, apoyados por la lectura de una cantidad importante de libros.
Trabajé con alumnos de diferentes características y edades. En un principio los resultados fueron modestos aunque positivos, pero poco a poco, conforme fui aplicando con más conciencia las metodologías que fui desarrollando en este proceso, comenzaron a ser más sólidos, al grado de que el objetivo ya no era el examen de admisión, sino exámenes de colocación que les ahorraran tiempo que utilizarían en cursar un propedéutico o cursos iniciales.
Recuerdo, entre otros casos, que a un alumno lo felicitaron el Alemania por su formación teórica, o a otro alumno que me mandó un mensaje justo después de salir de su examen de entonación y entrenamiento auditivo, para decirme que le había ido muy bien, a pesar de que cuando comenzamos a trabajar, este muchacho era “desafinado” y tenía mucho miedo de presentar estos exámenes, sobre todo porque desde una perspectiva muy común en nuestra sociedad, no tenía ningún talento musical.
Poco a poco fueron delineándose dos fenómenos principales uno positivo y otro negativo:
- Alumnos de desempeño moderado o deficiente en su escuela o en el inicio de las sesiones conmigo, cambiaban radicalmente su forma de estudiar y sus resultados, debido a la necesidad de aprovechar una oportunidad, independientemente del “talento” o “inteligencia” que tuvieran en un inicio.
- La curva de aprendizaje se veía drásticamente modificada cuando el alumno comenzaba a caer presa de la ansiedad y la autocrítica negativa.
Estos fenómenos motivaron que el enfoque se fuera centrando cada vez más en los alumnos y los mecanismos cognitivos y emocionales que entran en juego durante el aprendizaje, y menos en los contenidos. No solo los planes de estudio ya no consistían en contenidos por unidad de tiempo, sino que el flujo de trabajo era primero el alumno y luego ponerlo en contacto con los temas a aprender.
Cuestionamientos sobre sus objetivos, metas y autoconcepto, entre otros, fueron cada vez más comunes, hasta convertirse en el centro del trabajo.
Un alumno que sabe qué estudiar, cómo y para qué estudiarlo, que se sabe capaz de conseguirlo y además actúa con serenidad, es un alumno que obtiene resultados de muy buen nivel. Lo he comprobado en innumerables ocasiones.
Después de varios años, tuve una cantidad suficiente de alumnos como para considerar abrir una pequeña escuela que me permitiera no solo capacitarlos para emigrar del estado, sino trabajar con ellos a mediano y largo plazo, ofreciéndoles una posibilidad de desarrollo musical y personal, en su lugar de origen. Así nació Sensemayá. Obviamente el nombre viene de mi admiración y respeto por Silvestre Revueltas.
La autogestión de la escuela me permitió probar varias estrategias e ir estableciendo como procedimiento las que mejores resultados daban con la mayoría de los alumnos. De este trabajo se derivó el siguiente procedimiento que, sin embargo, cambia de persona a persona:
- Una o varias entrevistas iniciales. El objetivo es conocer mejor al alumno, sus motivaciones y objetivos, pero también sus limitaciones y prejuicios.
- Utilizar el principio de reciprocidad. Consiste en dar primero lo que se pretende recibir
- “Enmarcar” los contenidos. Cuando hay suficientes “por qués” los “cómos” dan la sensación de ser más fáciles.
- Trabajar desde la identidad o auto concepto. Un alumno que no se define a sí mismo como músico, va a tardar muchos años en adoptar los hábitos de un músico.
- No existe una forma “correcta” de enseñar música. Hay métodos que funcionan y métodos que no funcionan, dependiendo de las características del estudiante y sus circunstancias.
- Perder el miedo al error, y restarle importancia. La repetición y el error son mecanismos indispensables para el aprendizaje de cualquier habilidad y como tal hay que plantearlos.
- Corregir el desempeño… no a la persona. Al mantener una distancia operativa con respecto al desempeño, el alumno tiene una mayor capacidad, tanto cognitiva como emocional, de evaluarlo y de buscar formas de corregirlo
- Utilizar el vocabulario. Puntos como este pueden caer en lugares comunes y frases de camiseta, enfocadas a la superación personal y las afirmaciones. Entra en esta discusión debido a que la adquisición de cualquier habilidad, cognitiva o física, requiere un cambio en la estructura del cerebro. El alumno que se resiste a integrar en su lenguaje la terminología musical, que se ataca a sí mismo lingüísticamente, o que minimiza conceptualmente los logros, tarda mucho más tiempo en adquirir un nivel operativo en cualquier habilidad musical.
- No existen dos alumnos iguales. Si bien existen mecanismos y comportamientos cognitivos similares, al entrar en juego el mundo emocional, no es posible replicar la experiencia de un alumno en otro. No sin considerar las condiciones emocionales y las motivaciones individuales.
De esta retrospectiva, puedo sacar entre muchas otras, las siguientes conclusiones:
Es importante considerar al alumno, entendido como un ser humano complejo y con diferentes planos internos y externos, como el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje y no como un receptáculo de contenidos.
Los prejuicios constituyen una de las barreras más importantes a derribar, para ambos actores, maestro y alumno. Los prejuicios generan inmovilidad y como el aprendizaje es un cambio en la conducta, quien no está dispuesto a cambiar, no está dispuesto a aprender, sin importar qué tanto trabaje o durante cuánto tiempo.
Lo que es válido para cualquier situación de emergencia, es válido para el cuarto de estudio: el primer paso es conservar la calma. Un estado emocional sereno nos permite planear, ejecutar, juzgar y avanzar de mejor manera. La ansiedad nubla el juicio y disminuye las habilidades, a la vez que constituye la puerta más importante para la depresión.
Los contenidos y la información son importantes, pero no deberían ser el centro de los planes de estudio. Al enfocar la educación primero en el fortalecimiento de las vocaciones y el desarrollo de habilidades emocionales e intelectuales, es posible reducir exponencialmente el tiempo necesario para obtener un nivel operativo en una habilidad musical.
La música es más una forma de vida que una actividad. Quien elige ser músico debe estar consciente de que sin importar a qué edad empezó a estudiar, nunca va a terminar. El músico vive estudiando, aprendiendo y creciendo. Lo que lo define, lo motiva y le permite continuar no es la cantidad de conocimientos que posea, sino el amor por la música. Si eso se pierde, se pierde todo.